Jean Carlo Mejía Azuero. PhD – LpD.
Profesor CAEM – Cidenal – Cesep.
Perito en derecho operacional. Cte. IDH.
Doctrinante.
Cuando se trata de mirar un problema estructural como la guerra en Colombia hay que observar todas sus aristas. Eso nos ayuda a ser centrados y más objetivos en las descripciones y análisis.
Le hemos arrebatado a la guerra durante estos últimos 20 años más de 75.000 seres humanos según informa la Agencia Nacional de Reintegración. ¿Cuántas familias hemos salvado o generado? ¿Ha válido la pena? Algunos dirán que no; pero como precisa el Talmud : «Quien salva una vida salva al mundo entero.»
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Gracias a todos los que han trabajado en procesos de desarme, desmovilización y reintegración por su labor titánica e incomprendida durante tanto tiempo. En ese esfuerzo desconocido por el país, he visto muchísimos militares, policías y civiles anónimos, trabajando hombro a hombro y con un objetivo claro: La paz.
Pero hay que ser honestos, no la paz de las noticias y reflectores, los premios o las disputas ideológicas, sino la paz entre hermanos colombianos.
Las estadísticas de los últimos gobiernos demuestran que la mayoría de miembros de grupo armados se entrega para desmovilizarse ante la iglesia católica y el Ejército, lo cual contraria la satanización a la que han sido sometidos estos sectores desde la radicalización por lo que denominamos sobre ideologización, una proyección de Foucault cuando en los años setenta del siglo anterior enseñaba que la política es la continuación de la guerra por otros medios.
Imaginemos lo que está frase ha significado en Colombia desde la combinación de todas las formas de lucha y la conceptualización del enemigo interno en un contexto bélico.
Imagen tomada de clacso.org
En lo que no hemos aprendido casi nada es en llevar estado a los territorios y hacerlo bien, por ejemplo a través de estrategias de seguridad integral o multidimensional mucho más propias del siglo XXI y no todas relacionadas con el sector tradicionalmente responsable.
Los propios mandos militares han sido claros en la historia reciente del país indicando que los problemas sociales en muchos territorios no se resuelven con la presencia exclusiva de soldados o con una policía con enfoque militarista (a todas luces generada por múltiples causas, entre ellas políticas).
Definitivamente lo que más ha servido en Colombia incluso desde el gobierno de Rojas Pinilla surgió de una iniciativa militar pero sustentada en la concepción civilista de nuestras Fuerzas Militares; la acción integral, que luego con el tiempo y los eufemismos, la hemos denominado de otras formas pero que en su esencia sigue siendo lo mismo.
Y una reflexión final, cuando se encuentran personas que atan sus egos para que prevalezca el interés colectivo sobre los personales (lo que en este país muchas veces se traduce en corrupción) , se puede construir sobre lo construido y valorar los procesos y los naturales y no forzados resultados.
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Por citar sólo un ejemplo podemos indicar que casi todo lo que existe en la actualidad del Sistema Integral de Verdad, Justicia y Reparación, salió de nuestras propias experiencias, reflexiones y ajustes como nación; en un país que increíblemente se la ha pasado en guerras internas, luego ha brindado amnistías e indultos, redactando constituciones y desde 1958 (Comisión Otto Morales Benítez), ha tratado de buscar verdad extrajudicial, con algunos malos ejemplos como el «Basta Ya».
Y como nos lo enseñó el ex fiscal de la CPI Luis Moreno Ocampo en su asesoría durante los diálogos con las FARC, cómo no va a ser importante para el mundo por ejemplo justicia y paz (ley 975 del 2005), si le quito a las garras de la guerra más de 35.000 seres humanos, no todos paramilitares para decir la verdad.
Por eso nuevamente mil y mil gracias a los que han sembrado esperanza en donde solo habían tragedias. El esfuerzo debe continuar.
«Entre los años 2001 y 2020, 75.731 personas de grupos armados al margen de la ley emprendieron el camino de retorno a la vida civil. Para hacerse a una idea de la magnitud de este proceso, es como si toda la población de un municipio como Calarcá, Quindío o Garzón, Huila, se hubiera desmovilizado luego de haber empuñado las armas.»
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