Para alguien que no sabe diferenciar entre una decisión libre y una dependencia, es prácticamente inasequible llegar a formar un lazo real, la incapacidad de gobernar sus impulsos, lo aleja de sentir y fabricar un sentimiento verdadero.

Es decir: la personalidad adictiva jamás ama con franqueza, solo sustituye una adicción con otra, lo que posiblemente en ocasiones nos causa la necesidad de depender de otros, al no creernos capaces de poder hacerlo nosotros solos.

Tener este lugar de partida no se forja de la noche a la mañana, sino que debemos tener en cuenta factores que parece que nos han conducido sin haberlo planeado al terreno de la dependencia emocional.

Aspectos como la ausencia de una educación basada en la enseñanza del desarrollo de autonomía personal, la forma en la que se relacionaban mis figuras de referencia entre sí, de lo que hemos asimilado de ellas, comentarios que nos han y hemos venido diciéndonos a nosotros mismos de lo que somos o no somos desde que tenemos uso de razón hasta ahora, esas etiquetas que desde niños nos colgaron y ahora de adultos, las hemos hecho nuestras, comprado para hacer propias, de forma casi inamovible, son una serie de influencias importantes en lo que se refiere a nuestra forma de ser, querer, necesitar y plantearnos en el mundo.

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Quizás de pequeños hayamos sentido una gran carencia afectiva, y hayamos aprendido a que es mucho mejor estar acompañados que solos, quizás pasamos por experiencias en la que teníamos que cuidar a alguno de nuestros hermanos o padres, girando nuestras preocupaciones en torno a ellos, posiblemente aprendimos a que nuestro criterio o decisiones no tenían demasiada validez, si no se consultaba previamente y quedaba aprobado por mamá o papá. Sentimos la necesidad de tener a alguien cercano al que admirar.

Si bien es cierto que los seres humanos, somos animales sociales, y que necesitamos de los otros para conformar nuestra identidad personal y social, la convivencia en sociedad y el hecho de desear relacionarnos con los otros no implica tal nivel de conflictividad interna en la conformación de la vida del individuo como lo supone la dependencia emocional.

Experimentar amor por alguien es una experiencia deseada por muchos, virtuosa para casi todos, un arte personal y social que reconforta; pero la dinámica se torna diferente cuando hablamos de una especie de adicción al amor, de un problema que se desarrolla en base a sentimientos principalmente de vacío, inseguridad y baja autoestima de la persona.

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La persona con dependencia emocional experimenta íntima e intensamente un tipo de carencia afectiva que siente que tiene que rellenar con alguien externo a sí, haciendo todo lo posible por cubrir esa necesidad que termina siendo cronificada por ella misma.

Características de una persona con dependencia emocional:

  • Sentimientos de vacío.
  • Baja autoestima.
  • Necesidad excesiva de agradar y de aprobación de los demás.
  • Idealizar de forma exagerada ciertas personas con una personalidad marcada y dominante.
  • Necesidad de conformar una pareja, viviendo por y para el amor.
  • Incapacidad para romper ataduras.
  • Miedo intenso al abandono.

Bajo estas tendencias, y a diferencia de otro tipo de idilios amorosos saludables, las relaciones que establece un persona con dependencia emocional son siempre asimétricas en donde ellos asumen una posición subordinada frente a la pareja, la cual se muestra más bien egoísta, egocéntrica, desconsiderada y posesiva, aceptando esta entrega y sumisión incondicional del otro con mucho agrado.

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Se vive por y para la pareja, dejando de lado su propia identidad, por lo que supone también la pérdida del control de sus propias emociones y necesidades. Uno decide descuidar o abandonar su esencia para centrarse por completo en la del otro, con tal de que se sienta completo, alimentando la fantasía de que quizás, de esa manera, nos quiera aún más y así se pueda llenar el vacío afectivo que se experimenta. La sensación es que nunca es suficiente para el otro y uno vive enganchado provocando una necesidad que nunca se sacia.

Además, el estado de ánimo de la persona con dependencia emocional está sujeto al transcurso de la relación, necesitando acceder continuamente a su pareja, siendo un factor ideal y buscado el sentir exclusividad.

Necesitan sentir la aprobación de los demás, generando demandas más o menos explícitas de afecto, por lo que se suelen suceder contactos muy frecuentes y a veces inapropiados como llamadas telefónicas continuas mientras la pareja está trabajando.

De tal forma que la naturaleza de la relación termina siendo una vinculación autodestructiva, ansiosa, mixtificada, frustrante, manipuladora, obsesiva, complaciente, reiterativa, idealizada y dañina.

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Si la situación se mantiene en el tiempo, los roles de cada uno suelen ir acentuándose en la dinámica, el compañero o compañera conduce al dependiente a una continua y progresiva degradación, mientras que éste, si tiene una dependencia emocional grave, aceptará burlas, menosprecios, humillaciones, infidelidades, e incluso agresiones psicológicas y/o físicas.

Pese a ello el afectado, que llega a reconocer el maltrato, no rompe con la relación por el miedo intenso a la soledad y al abandono; siendo capaz de pedir perdón incluso por cosas que no ha hecho.

Si finalmente se sucede la ruptura de la relación, el hecho les supone un auténtico trauma. Quizá porque sientan que se repite el patrón afectivo de las personas de referencia en su crianza, en donde experimentaron que no fueron queridos o valorados sin dejar de estar vinculados a ellas por este motivo; sumando esto a que presentan baja autoestima, ante una ruptura, estas personas suelen mostrarse carentes de asertividad o respeto por sí mismos, con un estado de ánimo disfórico o sin fuerzas para afrontar sus circunstancias, y tendentes a preocuparse en todo momento, su expresión facial, corporal y su humor denotan una inmensa tristeza.

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En general, esta dinámica de amor unida al sufrimiento no suele ser cosa de una única relación en la vida de la persona, sino que más bien en numerosas ocasiones se presenta como un patrón estable.

El dependiente emocional no dirige sus demandas hacia cualquier persona, sino que se fija en determinadas características que tiene idealizadas, que les resultan atractivas, repitiendo muy posiblemente experiencias con las parejas venideras.

Lo que suele olvidársenos es que uno tiene la capacidad de cambiar, de darse cuenta de que está viviendo este tipo de situaciones y emociones, que lejos de beneficiar nos perjudican, y que podemos trabajar activamente para modificar nuestros comportamientos y por ende cambiar nuestras emociones; vivir una relación en la que las dos personas se amen, se respeten, y se acompañen sin que sea necesario la pérdida de la identidad de alguna de las partes.

Atrévete a ser libre, porque desde ese momento podrás emprender el re-aprendizaje y la vivencia de nuevas experiencias y emociones, nuevos horizontes. Porque en el fondo, amar es un arte desconocido

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