Una expresión coloquial muy apropiada para el momento que vive hoy Nicolás Maduro en Venezuela.
La rápida serie de acontecimientos después de que Juan Guaidó juró como Presidente interino de Venezuela lo dejó en jaque, y se cuentan los días para que la presión nacional e internacional, la hiperinflación y la perdida del manejo de los recursos que posee Venezuela en el exterior lo lleven a renunciar y dar vía libre a la reconstrucción del país.
Aunque parezca que siempre ha contado con un as bajo la manga, parece que se le han acabado las cartas para jugar.
La oposición juiciosamente espero una fecha emblemática en la historia del país, el 23 de Enero que conmemoraba 61 años de la caída del Dictador Marcos Pérez Jiménez, para asestar a Maduro y a su corte un golpe maestro, en el que las oportunidades de salir bien librado son mínimas.
El llamado que hizó Guaidó a la cúpula militar a obedecer la Constitución y desconocer a Maduro, fue una apuesta acertada, la amnistía ofrecida es más que suficiente para que muchos militares hasta ahora leales al régimen se decidan a dar un paso al costado y apoyar al presidente legítimo.
Es claro que nada fue dejado al azar, los gobiernos de Argentina, Brasil, Canada, Chile, Colombia, Costa Rica, Estados Unidos, Guatemala y Perú, estaban preparados para reconocer a Guaidó como presidente interino legítimo de Venezuela.
La respuesta de Maduro, que al parecer aún no alcanza a entender el alcance de lo que ha pasado, fue a todas luces inocente por llamarla de alguna manera.
Ordeno que los diplomáticos estadounidenses deben salir de Venezuela en las próximas 72 horas, olvidando que al no ser reconocido por el país, sus ordenes carecen de legitimidad.
Veinte años ininterrumpidos de chavismo han dejado a una Venezuela arrasada, que espera con ansías la caída de Maduro.
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