Ecos del Bronx
En Bogotá los colores del firmamento son de diferentes grises e iluminados azules.

En Bogotá los colores del firmamento son de diferentes grises e iluminados azules. Su clima también varía según la actividad vehicular, o las nubes de humo que emiten los diferentes tipos de fumadores. Las aceras en ocasiones se tapizan con colillas moribundas. Y las esquinas son escoltadas en su mayoría por la venta ambulante y diferentes personajes que tratan de sobrevivir al desempleo y la falta de oportunidades.

Por sus calles alguna vez se vio pasar a una marcha del silencio, dirigida por un caudillo cuyo luto aún recorre las ilusiones y la esperanza de que habrá una mejor mañana. Sus construcciones coloniales vieron pasar el tiempo esperando ese día. Las calles se llenaron de baches y las paredes fueron perdiendo su color desgastando el bahareque y el ladrillo a la vista.

Cuando aquel dirigente cayó sin vida, fue el inicio de ese incendio nacional que permitió mostrar la peor cara de un país dividido por colores. Fue el inicio del desgaste de aquellos tradicionales barrios, ocupados por adinerados apellidos y linajes. Los pasos de las muchedumbres hicieron vibrar el suelo capitalino hasta abrir grietas que se fueron extendiendo cada vez más.

Pero entre las paredes de aquellos lugares tradicionales, los orificios se volvieron gigantes y entonces todo lo malo que no tenía terreno fijo, encontró lugar.

Los famosos cartuchos dejaron de ser emblemáticos y simplemente se convirtieron en un sinónimo de drogadicción e indigencia. Poco a poco los moradores fueron los microtraficantes y ladrones.

El asfalto se cubrió de humedad y basura, los restos de personas empezaron a ser ocultos en medio de la tierra blanda, era una olla a cielo abierto, cocinando personas en un infierno constante, con entrada sin restricciones para la juventud desorientada. Todos esos vejámenes, ante la mirada despreocupada de una sociedad que se enseñó a vivir con dolor y tragedia.

Pero cuando se intentó arrancar de raíz este sector, se vieron correr los rostros de terror y cicatrices vivas, de todas las personas que sentían que ese era su único lugar en el mundo. Un espacio donde la adicción era el otro nombre de todos. No había juicio ni señalamiento, todos estaban bajo el mismo cielo marchito, que se alcanza a ver cuándo la droga dopa la mirada de quienes solo quería experimentar o probar otra salida.

Los que corrieron, luego fueron bajando la velocidad de su huida, empezaron a reunirse a unas cuadras, iniciaron un segundo hogar, un refugio lejos de todo lo moral y ético, pero sobre todo, formaron una “L” donde la esperanza y la fe no tuvieran entrada, los muros de dolor fueron reforzados, las dosis aumentaron y la venta y compra de seres humanos se volvió habitual.

El “famoso” Bronx entonces se volvió un callejón sin salida para muchos, algunos rostros jamás volvieron a ser vistos, la muerte llegaba por obligación y no porque estuviese marcado en su calendario. La codicia y la corrupción tenían oficinas y guardianes a su cuidado.

Existen muchos que fueron testigos de aquel lugar, algunos solo eran visitantes. Como aquella amiga con la que compartía aula en la universidad, su mirada es de brillo jovial y color verde, su sonrisa guarda mucha inocencia. Bajo su ropa de oficina cubre la tinta que da vida a los tatuajes de su afición por el equipo azul que lleva con orgullo en el corazón.

Las barras bravas fueron un hogar, donde creció y se enamoró quedando embarazada en aquellos inicios de las quince primaveras. Sus palabras comentan hoy en día como camino por las resbalosas calles del Bronx, acompañando al amor de su adolescencia, para comprar libras de marihuana, y luego venderlas para sostener los gastos de su embarazo.

Este joven es tal vez uno de los que lleva más tiempo viviendo la pasión de las barras bravas y por ello su rostro era conocido en aquel lugar. Pero cuando ella empezó a tener mayor notoriedad en su estado gestante, él le advirtió que en la “L” no se podía ingresar así.

Era una regla no escrita, un secreto a voces. Todas las que estuviesen esperando a un hijo corrían el riesgo de entrar en la “sala cuna”. Un lugar donde cuidaban y mantenían secuestradas a mujeres para luego permitir la venta de bebés recién nacidos, o el alquiler de infantes para diferentes oficios. Incluyendo la prostitución.

Ella misma llegó a cubrir con grandes suéteres su vientre con tal de acompañar al padre de su hijo, mirando de lado a lado y fingiendo que solo tenía sobre peso, con las manos frías rogando no ser arrastrada a una de las tantas formas de sustento de aquella grieta por donde asomaban fragmentos del infierno. Donde se escuchaban a la distancia gritos de auxilio y el llanto de infantes que lanzaban alaridos al ser desgarrada su inocencia.

Pasarán algunos años y se reubicará en otro sitio, se volverá a fortalecer o se esparcirá aún más aquel cáncer, con tal de no ser detectado tan fácilmente. Los ecos del Bronx seguirán entonces palpitando, como las heridas que no sanan fácilmente. Mientras que la actual marcha del silencio es aquella que está dirigida por la indiferencia que brota en la mirada de los capitalinos que tienen bastantes gasto y problemas personales, como para dar importancia a lo que un día fue la perdición de muchos.

Puedes seguir a Mundo 724 en Facebook y Twitter, o suscribirte aquí a la Newsletter.

Puedes seguir a Mundo 7/24 en Facebook, Twitter e Instagram.

TE RECOMENDAMOS