Jean Carlo Mejía Azuero. PhD.
*Ex Decano de la Facultad de derecho de la UMNG. 2005-2009.
*Ex presidente de la Asociación Colombiana de Facultades de Derecho, ACOFADE.
No son las condiciones técnicas las que definen a un abogado, son las éticas, su concepción humanista, su vocación de servicio, su desempeño; más que sus extrañas y poco entendidas palabras.
El abogado se define por su honestidad, honradez y carácter, jamás un abogado puede verse abocado a renunciar a sus principios por el vil metal o por la ansia desmedida de poder y fama, o peor, seducido como enseñaba Ángel Ossorio en el Alma de la Toga, por la triquiñuela o la Chicana. El abogado es sin duda fruto de una sociedad, de sus valores y principios, de la ausencia de ellos; o de la concepción que tenga de los mismos. Ésto último más grave aún, pues perdido el norte como sociedad la suciedad se termina viendo como algo normal en el paisaje.

Foto tomada de AbogadosVM
Las recientes cifras de abogados sancionados en Colombia; la desgarradora situación de la justicia; los altos indicadores de impunidad; el tráfico de influencias y las coimas para obtener decisiones así como el aumento desmedido de quejas presentadas por los clientes de los servicios jurídicos nos colocan a todos en la palestra pública.
Sin duda lo más sencillo sería dejar pasar la página, dejar correr la tinta, esperar otros escándalos, advertir la presencia de una ulterior cortina de humo, ser políticamente correctos. Pero precisamente éticamente no se puede ni se debe. La justicia es el verdadero termómetro de la existencia de una democracia. Que se señale que hay «carteles de la toga» no solo debe preocupar a todo un país, debe conmocionar a todo el que trabaja en las aulas formando letrados.
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En consecuencia hay que enfrentar el drama en torno a la formación ética del abogado en Colombia. Hay que poner la cara, hay que salir al ruedo, hay que promover el debate, hay que escuchar a los decanos y decanas, últimamente convertidos en técnicos en llenar formatos; eso sí con maestría y doctorado.
Y la verdad es que no podemos los abogados escondernos en el corporativismo, enconcharnos y no escuchar el clamor del pueblo expresado en una sensación de corrupción constante en aquel al que se le ha dado el mandato incluso para recibir dineros y bienes y no los regresa o demora su retorno casi siempre por obtener algún provecho personal . La confianza allí ha sido destrozada.

Foto tomada de El Venezolano
Como formadores de abogados nos debemos cuestionar seriamente en qué tipo de profesionales estamos pensando para esta Colombia adolorida. El origen de casi todos los males del abogado viene de su nicho nuclear de formación profesional , la facultad, pues no se le está marcando a cada egresado en su ADN profesional con el NO TODO VALE.
El incremento desmedido de escuelas de leyes; la facilidad con que algunos administradores de la academia en las más altas instancias asumen la formación jurídica; la prevalencia del negocio sobre la excelencia académica; pasando por la disminución en la exigencia con el propósito de cumplir con objetivos y estadísticas de todo tipo, nos tiene al borde del colapso, y lo peor es que pareciera que lo aquí descrito no fuera importante.
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Salvo algunas universidades de reconocido y connotado prestigio académico (no necesariamente las consideradas de élite, pues hay que recordar en buena medida el origen de los abogados de cometen delitos de cuello blanco), la mayoría de facultades de leyes o jurisprudencia se debaten entre lo técnico, la «internacionalización curricular», las ideas de «calidad» y la competencia desaforada (sobre todo entre los profesores ) y poco, muy poco en lo ético.

Foto tomada de El Comercio Perú
Si a ello le adozamos la inexistencia de prácticas tempranas, la ausencia de contacto con la gente desde primeros semestres de formación , las precariedad en las evaluaciones casuísticas con planteamientos desde la deontología, poco se puede hacer. Hay una deformación en la aproximación conceptual y práctica de lo que debe ser un abogado.
Pero no hay duda que a veces el cliente se merece el abogado que tiene. ¡Sólo a veces! La energía acerca a determinado tipo de personas por sus intereses, no hay duda. Sí se cree como ciudadano que el derecho, la justicia y la ética no tienen nada que ver, pues la respuesta es clara. Así buscaremos al abogado de las coimas, las dádivas, al sagaz, el astuto, así sea el jurista del diablo…
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En 1962 en los libros sobre la violencia en Colombia fruto de un primer Intento histórico para la estructuración de la verdad sobre las causas de la guerra en en el país, los autores, entre ellos el abogado Eduardo Umaña Luna, criticaban la orientación de las facultades de derecho y su aporte por omisión o sobre ideologización a la estructuración de ciclos de violencia; esas líneas allí expuestas se deberían volverse a leer y estudiarse a profundidad, pues no hay que olvidar que si triunfa la ordalía perpetuándose es porque fracasa el derecho y por tanto la abogacía.

Foto tomada de LMNeuquen
Como desde hace algún tiempo venimos insistiendo y de hecho así lo indicamos recientemente ante la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, es urgente estructurar una garantía de no repetición en torno a la formación de los abogados colombianos, esencialmente desde lo ético.
Cuando la palabra no sirve, especialmente la del juez, para resolver los conflictos en la sociedad el ruido de los cañones resulta ser para algunos sinónimo de lo justo y eso no puede seguir pasando . Es hora de resignificar la abogacía como la retaguardia moral de una sociedad que no quiere seguir viviendo en la hipocresía. ¿Decanos y decanas dónde están que es su hora?
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