Jean Carlo Mejía Azuero. MCL – PhD.
Docente e investigador.
Asesor y consultor internacional

Recientemente abandonó esta morada un ser humano ejemplar en todos los sentidos. El General Jorge Enrique Bulla Quintana, no sólo fue un excepcional policía, sino un fanal personal, familiar y social.

Su partida física al igual que la de su amada compañera de vida, Doña Graciela Quintana, apenas con pocas calendas de diferencia, nos llena de congoja, pero al mismo tiempo señala el advenimiento del reconocimiento eterno al carabinero integral, al hombre forjado para el servicio a la comunidad, del miembro de la fuerza pública al que se debe emular; de un amante del campo, de los animales, de la patria entera, guardián de la heredad.

Todos los policías de Colombia deberían conocer en una cátedra de deontología del servicio policial, lo que hicieron aquellos arietes fundamentes, que forjaron derribando muros que parecían infranqueables una institución trascendental; más a partir de 1940, cuando se empieza a educar para un servicio sagrado a ciudadanos colombianos de forma profesional en la Escuela de Cadetes de Policía  General Santander.

El pequeño Jorge Enrique en Sutatenza, cuna de las escuelas radiofónicas.

(Foto archivo familia Bulla Quintana)

Nacido en los bellos parajes de Sutatenza en el  departamento de Boyacá un 10 de octubre de 1930, su vocación lo llevó a portar los uniformes del Ejército Nacional, la Armada de la República de Colombia, para pasar finalmente a integrar el curso 11 de oficiales (Curso Marco Fidel Suárez) de la Escuela de oficiales de la Institución civil y uniformada, de donde egresaría en el año 1954 mediante el Decreto 1703 del 2 de junio.

El entonces oficial subalterno a mediados de los años cincuenta del siglo XX.

(Foto Archivo familia Bulla Quintana)

Desde el comienzo de su carrera profesional su vocación de servicio se vio acompañada de la pasión por la equitación, así que se convertiría en un ser ungido por el amarillo sagrado, el de la divisa de los carabineros, representados por su lema de vida y actuación: “Compañerismo, integridad y bravura”. Estudiaría en la Escuela de Caballería de nuestro Ejército Nacional, fundada por el General Roberto Mejía Dussán en 1932.

Al mismo tiempo y al provenir de la tierra precursora de nuevas formas de pedagogía y didáctica y apenas en el grado de teniente, comenzaría de forma concomitante a la entronización  de su hogar, la tarea más noble y hermosa para cualquier ser humano, la de educar.  Como fruto de dicha abnegada y filantrópica labor, ya en el grado de capitán publicaría su texto apical, “El carabinero Colombiano”, que hoy más que nunca debe ser estudiado para que se entienda realmente la labor de los hombres y mujeres de la policía montada, de la policía rural.

Colombia no necesita inventar ni trasplantar ideas de otras latitudes para descubrir cómo  llegar y transformar  los territorios, para acercarse generando confianza a la población con vocación agrícola, ganadera e incluso agroindustrial, lo que necesita es conocer y empoderar lo que existe y ha funcionado. No habrá paz estable y duradera sin carabineros; esa es una enseñanza que se escapa del conocimiento de nuestros dirigentes e incluso de parte de una academia, tan distante de la realidad.

El carabinero Jorge Enrique Bulla Quintana recibiendo un trofeo en un evento hípico.

(Fuente. Archivo familia Bulla Quintana).

Fusionadas vocación uniformada, policía montada y educación, la vida personal, familiar y profesional del joven oficial Bulla Quintana, se vería impactada positivamente por sus comisiones en el exterior, que fortalecerían su mística, conocimientos y además cultura ciudadana y camino espiritual.

Sus viajes a Europa, sus estudios en España y Venezuela por ejemplo, lo llevarían más tarde a ser precursor del derecho operacional policial, lo que hoy conocemos como derecho operativo policial, a través de su obra “Procedimiento Operacional Policial”, que nos regresa a los principios básicos de la actividad policial, de su naturaleza y el papel que desempeña en un estado social de derecho.

Las cualidades, habilidades y competencias desarrolladas, le permitirían a Jorge Enrique Bulla Quintana, dirigir a nivel territorial las Escuelas de Policía Rafael Reyes, Gabriel González, Carlos Holguín, el alma mater de los carabineros, y claro está, la gloriosa Escuela de Cadetes de Policía, en donde además estaría en todos los grados de su vida como guardián uniformado de la civilidad.

Esa vocación académica, docente, pedagógica, sería acompañada con designaciones y traslados a departamentos como Valle, Antioquía, Quindío y su tierra natal Boyacá. También sería comandante del entonces Departamento de Policía Bogotá y ya en el grado de General, llegaría incluso por encargo a la subdirección de la Institución.

Una vida dedicada a amar sirviendo, siempre acompañada de humildad, sencillez, disciplina, carácter, honestidad, rectitud, buen ejemplo, entrega, sacrificio y abnegación. Un policía de todos los minutos, las horas y cada uno de los segundos. Además acompañado del más bello valor humano, la lealtad, altar del agradecimiento como oración sincera.

Fruto del amor temprano con “Chela,” su amada esposa, quien lo recogiera con dulzura en los días de este febrero frio, le suceden a esta hermosa pareja, ejemplo para toda la sociedad, para las Fuerzas Armadas y en especial para la Policía Nacional, seis hijos y diez bellos nietos. Dos de esos hijos también amantes del campo, decidieron seguir los pasos del carabinero místico y portar el uniforme, la divisa amarilla y servirle a todo el pueblo de Colombia. A todos ellos nuestro agradecimiento eterno y nuestro abrazo de condolencia.

El Coronel Bulla Quintana saludando al General De Gaulle en su visita a Colombia.

(Fuente. Archivo familia Bulla Quintana)

Muchos han sido los oficiales, suboficiales, agentes, carabineros, auxiliares de policía, formados y forjados bajo las enseñanzas del místico General Bulla Quintana. Ellos, servidores bajo la divisa ambarina, siguen manteniendo una mística única, son retaguardia moral de la institución y de la comunidad rural y campesina y se ven representados en la actualidad por un gran oficial que dirige los destinos de la policía montada y rural. Es verdad, los hombres grandes nunca mueren, simplemente se desvanecen para quedar vivos eternamente como una llama en nuestro corazón.

Aquí veo al General, va con sus botas altas; lucen sus espuelas que apenas acarician a su amado corcel, compañero de tantas jornadas; monta altivo mirando hacía el horizonte; su rostro refleja la mística de una época especial, de caballeros, soñadores y juglares. Veo mientras se aleja  las estrellas en sus hombros iluminando el camino de retorno hacia el campo colombiano, recorriendo los parajes únicos en el  regreso a su bella Sutatenza acompañado de su amada, disfrutado  junto al Padre Celestial de la paz por la que tanto lucharon. ¡Hasta siempre mi General!

La pareja Bulla Quintana.

(Fuente. Archivo familia Bulla Quintana)

Especial agradecimiento a  Clara Marcela Bulla Quintana por su ayuda y generosidad.