El silencio en las aulas
En ocasiones los caminos nos llevan a labores que dignifican nuestra profesión y el oficio de ser comunicadores sociales.

Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay.

En ocasiones los caminos nos llevan a labores que dignifican nuestra profesión y el oficio de ser comunicadores sociales. En esos mismos lugares, podemos ser testigos de miles de historias y también de bastantes verdades que se escuchan con tal volumen que es muy difícil ignorarlas.

Poder participar en la vida académica y social de decenas de jóvenes en sectores alejados del casco urbano en la famosa capital musical de Colombia, esa misma que se engalana por sus fiestas folclóricas y se maquilla con el florecer de los ocobos. En esta tierra de clima cálido, existen diferentes instituciones educativas. En muchas de ellas se puede apreciar a pedagogos que tienen pasión y paciencia para entregar conocimiento.

Pero también existen profesionales de antaño, algunos ya no poseen mayor fuerza, que para llegar a sus puestos de trabajo y otros agotaron su comprensión y solo desean llegar a la tan anhelada pensión por edad. Pero las víctimas terminan siendo estas nuevas generaciones de jóvenes que no encajan con la época de sus profesores y entonces sucede ese enorme choque en las aulas, una lucha entre la libertad de expresión actual y las creencias de los antiguos maestros.

Como profesional en un área diferente a la pedagogía, llegue a dar clases los sábados sobre comunicación comunitaria, y así fue como una mañana llego una nueva estudiante, ella traía la mirada en el piso, no estaba matriculada en el colegio, se había retirado a principio de año. Aún así podía asistir, debido a que mis clases eran libres. La expresión corporal de esta jovencita era completamente de introversión y aún así tenía esa chispa de interés por aprender.

Ella venía en bicicleta desde una vereda cercana a la institución educativa, y pude notar sus ganas de estudiar al verla llegar todos los sábados a tiempo y siempre dispuesta a mejorar sus capacidades comunicativas. Su semblante fue cambiando. Pero en mi nació la pregunta -¿Por qué se retiró del colegio?

Esa respuesta era difícil de descifrar, en las zonas rurales existen diferentes factores que ayudan a la desescolarización de la juventud. Temas como la violencia, el trabajo infantil, embarazos adolescentes, falta de apoyo por parte de las familias y en algunos casos también factores como la drogadicción y desplazamiento.

Fue así como me di a la tarea de consultar con los profesores sobre esta niña, y las respuestas fueron básicamente gestos y frases como – No recuerdo a esa estudiante – ella dejo de hablar y se aisló – se empezó a comportar de una manera bastante cerrada y entonces le dejamos de prestar atención. Un día simplemente no volvió a venir a clases. Me dejo un sin sabor este conjunto de respuestas y por ello empecé a crear actividades que fomentaran el análisis personal sobre factores como la violencia intrafamiliar y temas relacionados.

Así se llegó al momento en que esta jovencita junto con varios de sus compañeros se soltó en llanto cuando realizaban un ejercicio de tema teatral. Yo los dejaba llorar, era algo común con algunas prácticas que les hacían reflexionar a fondo sobre sus vidas. Era notorio que muchos tenían los talleres del sábado para alejarse de sus realidades y sentir que valía la pena seguir estudiando.

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Yo también aprendí a ser fuerte y llegaba a mi casa a llorar, por ser testigo de muchas de sus dolorosas confesiones, tenía que esforzarme y buscar mejores materiales y ejercicios para el crecimiento de esta labor social. Pero ese sábado tuvo una revelación muy dolorosa. Esta joven al finalizar el taller me pidió conversar por aparte y pude escuchar cómo debido a un intento de abuso sexual por parte de dos familiares, ella había cambiado todo su semblante y no lograba sentarse adelante en las filas de pupitres, y como odiaba verse al espejo .De esa misma forma dejo de usar la falda del uniforme porque era lo que llevaba puesto en dicho suceso. También cómo dejó caer poco a poco su cabello en el rostro para que nadie viera el dolor y la amargura que sentía. Llegaba al salón y solo se sentaba y revivía una y otra vez este hecho, y miraba el tablero pero solo podía pensar que ya no tenía confianza en nadie.

Mi pecho se llenó de furia, mis manos se apretaron y mi rostro tuvo que sostener el llanto, quería llamar a las autoridades y denunciar. Ella me explicaba que en su casa le tenían prohibido decir algo y me aconsejo evitar un problema, porque en esos territorios suele existir una ley del silencio.

Solo me quedaba darle unas palabras para alimentar sus ganas de continuar la vida. Fue cuando le recordé que si ella se dejaba derrumbar, entonces estos hombres habrían ganado, si detenía sus ganas de estudiar entonces les habría permitido robarle también sus sueños. Ella levanto su rostro y se vio tan alta que no pensé que tuviera esa estatura. Su mirada brillo en reflexión y me dijo que no permitiría que ellos ganaran, que se volvería a matricular en el colegio y que ya no tenía miedo, que poder decir la verdad la había liberado. Nos dimos un abrazo al que los demás jóvenes del grupo se unieron y en medio del llanto de algunos, formamos un círculo lleno de fuerza, nos recargamos de esperanza.

Son muchas las aulas y lugares donde existen profesionales sin pasión para realizar sus labores, y se pasarán por alto estos hechos y vivencias de jóvenes, a los que con las palabras correctas podremos recordarles que la verdad es la que nos hace libres y que pedir ayuda nos hace más valientes.

A todos mis estudiantes les agradezco por permitirme crecer en mi labor y comprender lo mucho que podemos hacer desde la profesión que escogimos. Donde quiera que estén deseo que sigan con su mirada en alto y siguiendo sus sueños.

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