De cara a las manifestaciones que se llevaran a cabo el próximo 21 de Noviembre en el marco del paro nacional en Colombia, emergen muchos cuestionamientos en torno a estas protestas y de la que se espera va a ser una jornada en la que algunos  sectores intervendrán con su voz para comunicar su desacuerdo ante la compleja situación social, política y económica por la que atraviesa el país. Lo que para sus promotores se engloba en las consignas de ir en contra del mal gobierno, la mala administración pública y el rescate de la paz que se ve en detrimento por una sistémica y visible corrupción. 

Movimientos estudiantiles en cabeza de las universidades públicas como la Nacional, la Universidad Distrital, la Pedagógica así como otros frentes y demás colectivos ciudadanos, participarán activamente de las marchas por diversos propósitos con miras a la atención y escucha por parte del estado.

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En ese orden de ideas, la protesta no es otra cosa que una manifestación organizada, una oposición que se presenta en contra del orden establecido, determinado arbitrariamente por los organismos e instituciones que controlan y llevan los manejos de la administración y el gobierno de un estado. Estas pugnas puestas en marcha desde una postura crítica han sido el contrapeso en la balanza social y una importante herramienta de participación frente al discurso que ofrecen los gobiernos de cada sociedad y que no es aceptado por quienes se ven afectados a causa de ciertas decisiones que allí se toman (Acción, reacción).

En tal sentido y desde un marco histórico, en el mundo ha existido siempre un modelo dual, de allí que los cambios dentro de un determinado territorio se han dado a manos de las revoluciones motivadas por causas de poder y dominio como: el político, el económico, la posición geográfica o por creencias y razones de carácter religioso generando una disputa, una guerra de fuerzas distintas que convergen lo cual se ha permeado inevitablemente de violencia para que se ejerzan cambios en dicho territorio. 

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La revolución Francesa con la instauración de los primeros derechos civiles, la independencia y emancipación de las naciones en tiempos coloniales, la revolución de las trece colonias para Estados Unidos, el levantamiento del 2 de Mayo en España, las revoluciones Rusa, Cubana y Mexicana por nombrar algunos casos, son claros ejemplos que han traído consigo transformaciones importantes en la humanidad. Por tanto, las protestas populares se han convertido en el eje transformador que ha tenido lugar para cada uno de estos hechos en la historia. 

Sin ir más allá, actualmente se presentan en Latinoamérica escenarios similares de grupos que marchan en contraposición al sistema que les es impuesto. Venezuela, Bolivia, Chile, Ecuador son el referente inmediato para Colombia con las movilizaciones que avanzaron en estos países durante las últimas semanas y que se justifican no en hechos aislados de inconformismo sino en el desacuerdo derivado de una dictadura o una configuración corrupta del estado y sus dirigentes, es la necesidad real e integra de una parte de la población que se alza por cambiar estas realidades.

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No obstante es ineludible que el activismo social sea objeto de ambigüedades y se encuentre estigmatizado por ciertos partidarios de otro tipo de pensamiento, en nuestro particular caso se discute hasta donde la marcha pacífica se convierte en vandalismo, ya que para algunos opositores o figuras públicas las manifestaciones de los grupos y movimientos civiles son simplemente una anarquía injustificada que tiene objetivos dañinos auspiciados por organizaciones externas que según estos personajes son antidemocráticas y podrían violar la “Seguridad Nacional”.

Si bien es cierto algunos miembros de estos colectivos o personas de la ciudadanía en común tergiversan los ideales y malinterpretan sus fines, lo que hacen es intervenir de manera desinformada, hacer desmanes por hacerlos o marchar sin conocer de fondo por qué se está marchando, también cabe la posibilidad de que los disturbios sean provocados por otros agentes infiltrados en las manifestaciones para hacer caer al resto del país en una cortina de humo manipulada por distintos organismos. Todo dentro de un juego de intereses particulares, lo que es indudable realmente.

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Los movimientos circulan, militan y se manifiestan bajo sus propios códigos simbólicos y formas de expresión cultural con las cuales se hacen sentir y pretenden ejercer presión social para transmitir su mensaje, así como el gobierno y demás involucrados tienden a hacer uso de otras estrategias para tal vez acallar o distraer la atención de dichas movilizaciones, insisto, todo por un juego de fuerzas ajenas a la protesta. 

Nos encontramos entonces, ante las premisas de sujetos con derechos políticos y sociales activos que buscan más que nada un restablecimiento de estos derechos que se tienen al interior de una sociedad y que por ende se procura la reconstrucción colectiva de una identidad y una cultura política diferentes. Aunque los rumbos en Colombia se encaminan por las minorías que ostentan el poder, las transformaciones van a depender de las mayorías, del pueblo mismo. Es decir, transformar una sociedad no es algo que se pueda lograr por quienes la gobiernan sino por aquellos que la conforman en su totalidad.  

En conclusión no hay que creer en caudillismos, más bien en un proceso mancomunado y participativo que se geste entre gobierno y sociedad, es casi imposible hablar de igualdad social debido a diversos factores y barreras que lo impiden; sin embargo son probables la equidad, el equilibrio y la estabilidad social desde un imaginario personal, con lo cual pueda llegar a darse esa democracia real que tanto aclama un país como el nuestro, es una consigna utópica pero posible si se define colectivamente en virtud del bien común. Por ello el mérito, el apoyo a las luchas y las denuncias sociales que provienen y surgen activamente.

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